…No
hay mejor mundo que fantasía, aviva sueños e ilusiones en un mundo triste y simple.
Habían pasado quizá
solo dos meses pero todo parecía haber cambiado lo suficiente como para no recordar los largos, brillantes y tibios
días de primavera, estos definitivamente habían quedado muy atrás, estos días,
los últimos antes de navidad parecían más fríos y aun así, el calor de una
promesa permanecía viva en el pecho de Matías, pronto terminaría la espera y la
ansiedad le había obligado a dormir muy poco. Serian no más de las 3 de la
madrugada cuando con sueño intermitente por fin pudo descansar un par de horas
antes de definitivamente no poder volver a dormir. –La tranquilidad es algo sagrado, nadie merece sufrir innecesariamente-
es lo que siempre se decía, y claro… una larga espera aunque en este caso
necesaria siempre se hacia notar en lo más profundo de su corazón, diferentes
situaciones, pensamientos malos y buenos recorrían su mente en cada momento y
durante todo el día y mucho más ahora que la espera había terminado.
Entradas las 5 de la
mañana y después de un corto sueño dando vueltas en la cama Matías voltea y
abraza la gran almohada a su lado sintiendo el olor a césped recién cortado y
whisky que ahora parece muy lejano, acaricia suavemente las sabanas y acurruca
su cuerpo contra las cobijas, sonríe con una lagrima a punto de salir y
recuerda un rostro, una sonrisa y las caricias que anhela sentir, suavemente
una melodía retumba en sus oídos que aunque lejana permite comprender el claro
tono de voz de la persona a quien ama y espera.
-Te extraño… susurra… mientras abre los ojos y descubre lentamente
su cuerpo y se sienta en el borde de la cama; hace frio y llueve lento, la
niebla lo cubre todo, afuera esta oscuro y lúgubre como el bosque más espeso o
el vacío más profundo.
-
Tu James King,
pronunció al ver en la mesita de noche color caoba y adornos dorados una
botella que había pasado desapercibida todo este tiempo, -¿Cómo pudo ser?-, se pregunto, pero nuevamente sonrió imaginando el
día en que la probaron juntos por primera vez, serian un par de críos, no mas
de 8 años cada uno, acre dulce y alcohol.
- El
sabor de tus besos en las fiestas- comento…
–Y cuando estas contento- recordó, entonces camino lentamente hacia
la puerta del dormitorio, el cálido piso de madera se sentía cómodo y
confortable, la bota roja del pantalón de pijama se deslizaba suavemente a
medida que se acercaba a la manija de cobre que daba paso a las escaleras para
llegar al primer piso.
-Que
frio!- Dijo en voz alta cuando Moka, la gatita siamés que
tenían desde pequeña se acercaba para saludarle en la temprana mañana. –¿Verdad?- le pregunto tiernamente
mientras le hacia señas con la mano para que caminara a su lado hacia la
cocina. En la casa solo se escuchaba un suave ronroneo, el golpear de la lluvia
en los cristales y las pisadas bajando los escalones, en la pared habían fotos,
algunas de vacaciones pasadas o encuentros con familiares lejanos, podrían ser
ambas ya que los personajes en ellas les gustaba cambiar de posición
frecuentemente, eran una gran familia enmarcando una gran pared. Al final del
pasillo antes de dar vuelta a la cocina había uno muy especial, un cuadro lleno
de magia el cual Matías adoraba, si le preguntasen que objeto adora más sin
dudas diría que su anillo de bodas o el cuadro frente a la sala, junto a la
puerta de la entrada y justo antes de voltear a la cocina.
Una nutria y un Jack
Terrier revoloteando en medio del campo, sus cuerpos son de una fina capa de
luz que parece brillar en la noche, sus cuerpos parecen entrelazarse y simulan
sonreír. El marco era de pino y el lienzo parecía sobresalir con vida propia. –¿Nos hace feliz verdad?- Dijo
nuevamente con ese tono tierno de hace un rato mientras levantaba a moka del
suelo y la abrazaba fuerte contra su pecho, luego, sonrió.
-Te
calentare un poco de leche, ¿quieres lechita mi cosita bella?-
nuevamente la voz melosa se escucho en la casa, a paso lento Matías camino
hacia la cocina con lustroso mármol negro sobre los ánqueles y mesones
rebosantes de fruta y pan, soltó a moka cerca de un cojín frente a la estufa y
busco los cerillos, la caja estaba vacía, entonces con un suave movimiento de la
mano sobre la hornilla la encendió y el chispazo le recordó el día en que dijo
acepto, probablemente no lo habría hecho si ese día por un pequeño momento de
torpeza no hubiera prendido las cortinas de seda al intentar encenderle varios
cigarros a su anciana tía, parecía que estuviera ahí nuevamente, sintió por un
momento el calor maravilloso del sol sobre su rostro y las complacientes manos
que abrazaban las suyas frente al altar, todo era blanco ese día, las flores,
el pastel, los manteles, las mesas e incluso era código de vestimenta para los
invitados.
-No
fue hace mucho, mi moka, no fue hace mucho, espero recordarlo así toda mi vida-
empezó a hablar con la gata que le miraba impaciente mientras sacaba leche de
la nevera y la servía en un sartén, entonces mientras esta se calentaba preparo
algo de agua caliente y sirvió café, para cuando la leche tibia estaba servida
Matías se había sentado en la mesita de madera blanca frente a la ventana que
daba al jardín y respiraba lento disfrutando el olor del café recién hecho, hay
pocas cosas que le deleiten tanto como un buen café caliente con canela y
azúcar en la mañana.
-No
se ve nada preciosa, apenas empieza a amanecer y con esta niebla… ¿que frio,
verdad?- Dijo en tono inquisitivo pero la gatita estaba más ocupada
devorando su plato que atendiendo a su amo, y no es que pudiera responderle
igualmente. Los rayos de sol aun no
asomaban pero el día empezaba a clarear, la pesada niebla poco a poco se estaba
disipando y ya dejaba ver un poco de los frondosos pinos y eucaliptos frente a
la casa.
A lo lejos las casas de
los elfos empezaban a iluminarse lentamente y de las chimeneas empezaba a salir
un espeso humo naranja de otros azul e incluso verde, sus ruidosas y muy amenas
fiestas que iniciaban ese mismo día conmemorando las ultimas semanas del año no
hacían ilusión a Matías que seguía mirando triste y atentamente a través de la
ventana de su cocina, mientras bebía lentamente de su café caliente y
contemplaba como la lluvia caía delicadamente sobre los helechos que crecían
grandes y serpenteantes en el camino juntándose con los frondosos pinos del
bosque oscuro.
-!Le falta azúcar¡- Dijo mientras apartaba locas ideas de su
mente y tomaba de una vieja mesilla de roble color verde un pequeño recipiente
de porcelana blanca , tomo tres
cucharadas de buena proporción y se sentó de nuevo cerca de la ventana. Con su
fuerte mano froto el vidrio y corrió la humedad para seguir mirando como el
hielo destrozaba los jóvenes retoños de
jazmín en el jardín vecino. De seguro Yulia su vecina estaría feliz por ello, a
muy pocos semi-orcos les gustan las cosas bellas y aunque su casa careciera de
artificios bellos siempre estaba limpia… al menos.
-Te extraño!!..- Gruño
con alegre voz sabiendo que en pocos momentos aparecería en el portal su eterno
amor, se puso en pie con la taza de café
casi vacía y fría.
-Ahh… ¿otro cafecito?
Pregunto a moka que se relamía mirándole desde el cojín, estaba gorda y
sonriente, sus ojos brillaban y se sentía que estaba feliz.
-Eres una coqueta! ¿Lo sabias?, eres una gran
coqueta!-
agrego con voz de niño impaciente y se acercó al fregadero donde tenia
una lustrosa jarra de metal con el humeante liquido, la intranquilidad de los
meses pasados se había esfumado, ahora le invadía una gran energía, una emoción
tal que simplemente le hacia soñar con los momentos venideros, ahora podría
dormir tranquilamente, podría dedicarse a escribir su libro de herbolaria y tal
vez, si tenían suerte en la misión que obligo a separarse de su amor por un
tiempo, adoptar un pequeño o una pequeña para alegrar aun más sus vidas y el
hogar.
Knock!, Knock!, Unos
fuertes golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos, lentamente y un
poco alarmado Matías salió de la cocina arrastrando la taza de café en sus
manos, que ahora por poco quemaba sus grandes dedos.
–¿Quien es?, Pregunto
desde la mitad del pasillo que conducía a la lustrosa puerta blanca con manija
marrón. –¿Quien es?, Repitió esta vez
elevando bastante su voz.
-¿Matías
Trunkbear?, ¿Vive el aquí? Pregunto una voz algo chillona y
molesta con algo de enfado.
-Un
momento, respondió Matías preguntándose el porqué de tan
temprana visita, se apresuró a la puerta dejando a cierta altura del borde de
la escalera la taza de café caliente, esta se quedo levitando unos momentos y
luego se deposito con serenidad sobre la madera, al abrir la puerta se dejo ver
una figura un tanto pequeña en verdad, de orejas puntiagudas y muy largas, ojos
saltones y color esmeralda brillante con manos temblorosas y dedos largos con
uñas muy cuidadas, estaban pintadas con barniz violeta, llevaba un hermoso
traje color rojo escarlata bordado con hilos dorados y unas botas negras muy
limpias, el cabello color ciruela era largo hasta los hombros y muy cuidado,
después de mirarle unos momentos quiso preguntar de que se trataba el mensaje
pero el duende se adelanto.
-Señor
Trunkbear, Soy Grimmer, Olaus Grimmer uno de los secretarios de correo, me
envían para entregarle esta carta, al parecer debía ser entregada el día de
ayer y nos disculpamos por la demora. – Dijo rápidamente y con
un aire de elegancia único.
Con un movimiento
rápido saco de su pequeño bolsillo un sobre de pergamino rojo con un sello
dorado ilustrando un fénix de dos cabezas, la carta se expandió a un tamaño un
poco más grande del normal y en cuanto el sobre toco las manos de Matías el
duende desapareció en una nube de humo color violeta dejando atrás unas chispas
brillantes de rosa intenso.
-¿Pero
que?, ¿Qué se supone que hace un duende sub-secretario entregando personalmente
una carta a estas horas de la mañana?, ¿Por qué no enviarla nuevamente por
correo?, Pero antes de que pudiera seguir haciéndose
preguntas y analizando la situación de diferentes y negativas maneras como
siempre hacia cuando ocurría algo imprevisto el sol empezó a golpear las copas
de los arboles y los tejados, el brillo de las gotas de lluvia en las flores y
las hojas distrajo unos segundos la mirada de Matías que dibujo una enorme
sonrisa al ver en la entrada de su jardín la aparición de quien tanto esperaba,
vestía de negro, y su rostro ahora se iluminaba más y más a cada paso que le acercaba
a la puerta, Matías estaba inmóvil pero su corazón recorría miles y miles de
kilómetros, cuando pudo moverse corrió a su encuentro y justo en medio del
camino entre el portal y la verja abrazo su amor dándole un suave y apasionado
beso en los labios, cerro los ojos y acaricio nuevamente las sensaciones que
parecía haber olvidado, el olor a césped recién cortado, la menta en sus labios
y el eucalipto en su cabello.
-Te
esperaba… pensé que no volverías nunca… y una lagrima de
felicidad se dejo ver, abrió los ojos y se encontró con unos marrón mirándole
fijamente, brillantes y serios, cálidos y profundos, amables y sinceros.
-Ahh…No
exageres, aquí estoy,… y no me iré más… te amo.
Respondió la grave voz que acariciaba nuevamente los oídos de Matías. Nuevamente
la frescura de su personalidad le pareció desconcertante pero era en parte lo
que más amaba, su sencillez y tranquilidad.
-Sé
que lo haces, y nada me hace más feliz. Y le beso nuevamente
justo cuando el sol les ilumino por completo, había amanecido y justo como
había prometido Duncan había vuelto al iniciar el día y no volvería a partir,
cuando se separo un poco para admirarle y acariciar la creciente barba de tres
o cuatro días, Duncan comentó.
-Ah!,
llego la carta!, que bien!... ¿estas feliz? Pregunto muy
inquieto y sonriente.
-No
he tenido oportunidad de leerla, acaban de entregármela, ¿Qué es?.
Añadió Matías mirando la carta entre sus manos y la picara sonrisa con que le
respondían.
-Seremos
padres, han aceptado nuestra petición para adoptar.
Y entre lágrimas,
abrazos, besos y caricias entraron a la casa donde encontraron a moka
regordeta, feliz y coqueta dormida en el sofá de la sala esperando un nuevo
plato de leche tibia.